lunes

¿Y quién te puede parar? ¿Quién es totalmente esencial para determinar cuando tu lengua y tus ganas de expresarte deben parar? ¿Existe realmente algo ajeno, externo, que te obligue a callar esos sentimientos cuando te aceleran el corazón? Decir lo que pensamos no es igual a un salto mortal. Nadie merece más que nosotros, escuchar nuestras propias palabras en voz alta. ¿Qué opinión es más o menos buena? ¿Por qué sí o sí hay que hablar cuando se sabe o cuando se siente igual? No, no estoy hablando de ciencias, ni de políticas, ni de economía, ni estoy diciendo que hay que desterrar los juicios de valor de nuestra vida porque creo que ellos son de gran ayuda para formar nuestra personalidad. No. Lo que acribilla a un corazón día a día no tiene que ver con ningún tipo de ciencia específica, tiene que ver con el cotidiano modo de vivir, esas cosas pequeñas con las que hay que lidiar. Quiero decir, que estamos perdidos si caemos en la básica forma de pensar que es mejor apretar nuestra boca floja. Si estamos convencidos que lo que decimos está a flor de piel con nuestra forma de ser ¿Quién es tan alto y tan fuerte con sus palabras, como para darnos un empujón e implementarnos el miedo a hablar de lo que estamos seguros, de lo que queremos, de lo que planeamos, soñamos, vemos? ¿Existe alguien más fuerte que nuestra propia convicción de expresar lo que sentimos? Nada hecho con malas intenciones carece de explicaciones. Intentar que nadie apriete la soga en nuestro cuello, es otra puerta por cruzar.